¿Sabías que hubo judíos en Auschwitz que se organizaron en pandillas para dar palizas a los recién llegados para debilitarlos y evitar posibles motines? Lo hacían a cambio de dobles raciones de pan, es decir, dos trozos mohosos de pan en lugar de uno, pensaban que ese trozo extra de pan les aportaría todo lo necesario para aguantar vivos hasta que aquello acabara, ya sabéis lo que ocurrió.
Pero yo nunca formé parte de aquello, me pareció ruin, y aquí estoy, en el crematorio del campo, más o menos en la mitad de una pila de cadáveres que esperan (esperamos) para ser calcinados, los gases no han acabado del todo con mi vida, y aquí estoy, viendo por la rendija que me dejan los cuerpos que sobre mí se amontonan a un par de judíos polacos, prisioneros destinados a servir en el crematorio (a los nazis hacer esto les da demasiado asco, no les culpo, honestamente, esta pila de cadáveres huele especialmente mal, cualquiera diría que estas tripas llevan tres meses digiriendo solo pan y agua). Como decía antes de este desagradable paréntesis explicativo, estoy entre los cadáveres viendo a dos judíos como yo, pero que no son como yo, yo tengo principios, les estoy viendo, joder, no quiero ni decirlo, les estoy viendo escrutar las bocas de otros cadáveres en busca de dientes de oro. Sí, es más repugnante de lo que parece, tiran sin miedo, destrozan la mandíbula, uno de ellos, el más pudoroso, las recoloca y les cierra los ojos antes de meterlos en el horno, el otro le regaña por perder el tiempo.
Mientras estoy aquí, rezando para que mis movimientos respiratorios no rompan el singular equilibrio que contiene el inminente aplastamiento de mi caja torácica por parte de los cuerpos que tengo encima, pienso que ojalá hubiésemos perdido primero la esperanza y no la dignidad, la esperanza es la más malévola de las emociones, crece en el corazón como un tumor con apariencia de benigno, la esperanza es lo que hizo que todos estos que sobre mí penden, y bajo mi ser se agolpan, aguantásemos estoicamente el sitio del gueto de Varsovia; fue la esperanza y nada más lo que nos obligó a consentir sus humillaciones, a dejarlos entrar en nuestras casas y robarnos nuestras más preciadas pertenencias, la esperanza de mantenernos con vida, la esperanza de mantenernos con vida nos hizo subir como borregos al tren y entrar como corderos a este matadero, la esperanza, la puta esperanza, y ¿para qué?
La esperanza me ha traído hasta aquí, y como buen cáncer se reproduce hasta el último momento; ahora albergo la esperanza de que vean que estoy viva, es un decir, que vean que no estoy muerta y me rematen para poder sacarme tranquilamente el premolar que tengo chapado en oro; de lo contrario puedo acabar quemada viva, y no será tan heroico como el martirio de San Lorenzo, sólo gritaré con mi último aliento durante unos segundos que se me harán eternos, el operario bueno se asustará, y el otro le dirá que sale a mear, mañana se les habrá olvidado a los dos, pasa con frecuencia, esas cámaras no son infalibles.
Intento no pensar en eso, y vuelvo con la necesidad de extirparse la esperanza a tiempo, como un mal cáncer; si la hubiera perdido en su momento, no habría pasado del gueto, me hubiese abalanzado sobre ese cerdo prusiano cuando vino a llevarse las joyas que me legó mi abuela tras una vida atesorándolas, le hubiera mordido en la cara, con fuerza, habría desgarrado su piel grasienta con mis afilados incisivos provocando que su compañero me descerrajase la cabeza de un tiro, y todo habría acabado en aquel mismo instante, hubiera muerto allí, como haré aquí dentro de unos minutos, pero con la dignidad intacta.
Por eso hay que acabar con la esperanza, la inútil y perversa esperanza, pues con ella de guía acabarás en el mismo infierno aunque no exista, te enterrarás en vida como los marineros de Ulises con sus cantos de sirena varada, te abrasarás al mismo sol que Ícaro, una y otra vez atrapado, encadenado a ella como Prometeo…
La esperanza sólo es una pesada losa, que te arrastra como un ancla con forma de elefante macizo al fondo de un mar de decepción constante. Y no merece la pena seguir corriendo detrás de esa zanahoria, porque jamás la alcanzaremos, nunca habrá justicia, paz o igualdad. Al final todos moriremos solos y no iremos a ningún sitio.