domingo, 26 de noviembre de 2017

el martillazo

Han pasado ya casi 5 meses, y sigo queriendo llorar como a la mañana siguiente; autocensurarme ciertamente no ayudó a pasar el duelo, no llamarlo duelo tampoco; ni buscar definiciones de las fases del duelo en Google. Nada ayudó, nada ayuda, nada me está ayudando a pasar de aquello. Ni la ignorancia, ni el seguimiento, ni las distracciones. Lo bueno es que no es verdad, y lo malo es que tampoco es mentira. 
A veces duele como un hachazo certero entre dos costillas; a veces no duele, pero pesa como una losa con forma de ancla, otras como un ancla con forma de cruz, y araña el fondo al que no logras llegar, sin llegar nunca a frenarse.
Sólo sé que aún duele, y al no poder decirlo, duele todavía más.

Los gringos dicen “I cried myself out” como si fuésemos pañuelos llenos de lágrimas, esperando que alguien los retuerza y escurra hasta que no quede nada de líquido en el interior de las fibras textiles; y tienen razón, pues llorar sólo sirve de algo si lo haces mientras alguien se retuerce contigo en un abrazo mientras finge que te está entendiendo, quizá lo haga, quizá no, pero desde luego, no deja entrever que lo está intentando; no le da pábulo a tu arrogante dolor, no le deja creerse que es complicado; porque es simple, el dolor de verdad es siempre simple: te dan un martillazo en un dedo y te duele de cojones; te lo dan en el corazón y te duele más, o no, todo depende de la mala hostia con la que te den el martillazo.



viernes, 3 de noviembre de 2017

Diario autoinmune. Página 26

Hoy he vuelto a no ir al hospital, son sólo unos resultados que necesito desesperadamente, pero ya van seis citas perdidas por incomparecencia del citado receptor, aquí, yo. Y lo cierto es que hoy casi voy, lo tenía todo preparado, todo planeado y pronosticado: la ropa estaba en la silla, de la muda a los zapatos, el despertador me concedía toda una hora en la ducha, la cita era lo suficientemente tarde para evitar la hora punta en la carretera, y moderadamente pronto para eludir al tropel de ancianos que van a echar allí la mañana. Todo iba a ser perfecto, y lo hubiese sido, si no llega a ser porque el primer bocinazo de la condenada alarma me ha pillado bailando Doralice de Joao Gilberto, al borde de una piscina en Beverly Hills mientras esnifaba los últimos retazos de after-shave de las tersas mejillas de Jaime. 
La pena es que no era una maravillosa casualidad, sino un simple sueño; bueno, un sueño sí, pero nada simple; es un sueño autoinducido, meticulosamente programado, creado conscientemente para aliviar mi desazón vital. Jaime es contable, trabaja también en Los Ángeles para una gran financiera, o lo que sea, a mi me da igual; sólo me importa que Jaime es alto y bien parecido, y un día me dijo “tirémonos del nido” y no pude decir que no, porque baila bossa nova igual que lo haría yo, y sonríe con los ojos como cuando te toca un osito de limón y pensabas que iba a ser de piña, y me canta al oído versos sueltos de La Buena vida.
Él es todo eso y más que aún no he podido pensar, pero ¿cómo no va a ser perfecto si me lo he inventado yo? Jaime es nuevo, el nombre lo soñé ayer; hasta hace nada sólo soñaba con Alex, pero Alex existió de verdad, aunque el que soñaba yo no era del todo real, bueno, del todo o de nada, no era real, yo sólo soñaba con el Alex ideal, basado en el background del Alex terrenal, el que si existió, el que nunca estuvo conmigo aunque yo siempre he estado con él. Alex también es contable aunque el dirá que es financiero, y me mataría si me oyese llamarle chupatintas, y con razón, supongo, porque él tiene un puesto importante, es lo único que sé con más o menos certeza, pues hace casi ya 10 años que no nos hablamos, no es que nos peleásemos, es que lo dejamos, o al menos dejamos de tener lo que nunca tuvimos, y no volvimos a encontrarnos. 
El Álex ideal un día me vino a buscar y de pronto nos entendíamos igual de mal que nos entendimos siempre, así que decidí dejarlo estar, y dejarle pasar algún rato en mis sueños tirado en mi sofá, viendo series conmigo; como aquella noche que pasamos viendo reposiciones de Me llamo Earl en la casa de mis padres, y él ni siquiera me besó, por abrirle la puerta en albornoz. 

Viendo la profundidad del trastorno no es de extrañar que emplee este paliativo autoinmune como principal terapia. Aunque no sé, la mitad de los días me olvido de comer en la vida real, y sobrevivo a base de zumos detox al salir del gimnasio que tengo en el sótano; en la vida real me duelen las costillas y se me agarrotan los hombros, me levanto con el pecho rojo, y los brazos llenos de pequeñas marcas que tardan unos minutos en marcharse de mi cuerpo; no como el sueño, que sigue en mi cabeza durante horas, desarrollándose, evolucionando, preparándose para reventar por un lado, y salpicarme como las babas que salen por el pitorro de un globo cuando le sueltas el nudo.

lunes, 3 de julio de 2017

La esperanza nunca pierde

¿Sabías que hubo judíos en Auschwitz que se organizaron en pandillas para dar palizas a los recién llegados para debilitarlos y evitar posibles motines? Lo hacían a cambio de dobles raciones de pan, es decir, dos trozos mohosos de pan en lugar de uno, pensaban que ese trozo extra de pan les aportaría todo lo necesario para aguantar vivos hasta que aquello acabara, ya sabéis lo que ocurrió. 
Pero yo nunca formé parte de aquello, me pareció ruin, y aquí estoy, en el crematorio del campo, más o menos en la mitad de una pila de cadáveres que esperan (esperamos) para ser calcinados, los gases no han acabado del todo con mi vida, y aquí estoy, viendo por la rendija que me dejan los cuerpos que sobre mí se amontonan a un par de judíos polacos, prisioneros destinados a servir en el crematorio (a los nazis hacer esto les da demasiado asco, no les culpo, honestamente, esta pila de cadáveres huele especialmente mal, cualquiera diría que estas tripas llevan tres meses digiriendo solo pan y agua). Como decía antes de este desagradable paréntesis explicativo, estoy entre los cadáveres viendo a dos judíos como yo, pero que no son como yo, yo tengo principios, les estoy viendo, joder, no quiero ni decirlo, les estoy viendo escrutar las bocas de otros cadáveres en busca de dientes de oro. Sí, es más repugnante de lo que parece, tiran sin miedo, destrozan la mandíbula, uno de ellos, el más pudoroso, las recoloca y les cierra los ojos antes de meterlos en el horno, el otro le regaña por perder el tiempo.
Mientras estoy aquí, rezando para que mis movimientos respiratorios no rompan el singular equilibrio que contiene el inminente aplastamiento de mi caja torácica por parte de los cuerpos que tengo encima, pienso que ojalá hubiésemos perdido primero la esperanza y no la dignidad, la esperanza es la más malévola de las emociones, crece en el corazón como un tumor con apariencia de benigno, la esperanza es lo que hizo que todos estos que sobre mí penden, y bajo mi ser se agolpan, aguantásemos estoicamente el sitio del gueto de Varsovia; fue la esperanza y nada más lo que nos obligó a consentir sus humillaciones, a dejarlos entrar en nuestras casas y robarnos nuestras más preciadas pertenencias, la esperanza de mantenernos con vida, la esperanza de mantenernos con vida nos hizo subir como borregos al tren y entrar como corderos a este matadero, la esperanza, la puta esperanza, y ¿para qué?
La esperanza me ha traído hasta aquí, y como buen cáncer se reproduce hasta el último momento; ahora albergo la esperanza de que vean que estoy viva, es un decir, que vean que no estoy muerta y me rematen para poder sacarme tranquilamente el premolar que tengo chapado en oro; de lo contrario puedo acabar quemada viva, y no será tan heroico como el martirio de San Lorenzo, sólo gritaré con mi último aliento durante unos segundos que se me harán eternos, el operario bueno se asustará, y el otro le dirá que sale a mear, mañana se les habrá olvidado a los dos, pasa con frecuencia, esas cámaras no son infalibles.
Intento no pensar en eso, y vuelvo con la necesidad de extirparse la esperanza a tiempo, como un mal cáncer; si la hubiera perdido en su momento, no habría pasado del gueto, me hubiese abalanzado sobre ese cerdo prusiano cuando vino a llevarse las joyas que me legó mi abuela tras una vida atesorándolas, le hubiera mordido en la cara, con fuerza, habría desgarrado su piel grasienta con mis afilados incisivos provocando que su compañero me descerrajase la cabeza de un tiro, y todo habría acabado en aquel mismo instante, hubiera muerto allí, como haré aquí dentro de unos minutos, pero con la dignidad intacta. 

Por eso hay que acabar con la esperanza, la inútil y perversa esperanza, pues con ella de guía acabarás en el mismo infierno aunque no exista, te enterrarás en vida como los marineros de Ulises con sus cantos de sirena varada, te abrasarás al mismo sol que Ícaro, una y otra vez atrapado, encadenado a ella como Prometeo…


La esperanza sólo es una pesada losa, que te arrastra como un ancla con forma de elefante macizo al fondo de un mar de decepción constante. Y no merece la pena seguir corriendo detrás de esa zanahoria, porque jamás la alcanzaremos, nunca habrá justicia, paz o igualdad. Al final todos moriremos solos y no iremos a ningún sitio.

sábado, 24 de junio de 2017

Saltar a plomo



Yo era pequeña, y unos adolescentes voceaban en la piscina, estaban molestando a un cincuentón amargado sentado en la otra punta del jardín; gritaban “Señor Delás” y se agachaban, ocultándose entre la muchedumbre que se aglutinaba en el área de piscinas de aquel complejo hotelero cada tarde, entonces el Señor D.Lace se revolvía en su tumbona, ni siquiera intentaba mirar por encima del periódico para cazar a los malditos emisores de aquellos molestos alaridos, al contrario, sostenía erguido y cada vez más alto su tabloide alemán, como si fuera un escudo, y esperaba estoicamente a que fueran los encargados del staff de la piscina los que reprimieran a los alborotadores; nunca lo hacían. El joven Joaquín lo sabía bien, tenía más que medida la profundidad de su impunidad, y en base a ella calculaba sus ataques y todas las demás licencias que se permitía durante su estancia estival en aquél ajado complejo levantino que conocía como la palma de su mano. Él y sus prepúberes secuaces manejaban con astucia a los camareros novatos, y esquivaban con pericia a los veteranos, dominaban los horarios como un guardagujas ferroviario para ahorrarse las aglomeraciones desde el minigolf al Buffet, en el que se camelaban a la cocinera para que les guardase siempre una ración de costillas, y les pasase helados de contrabando; en definitiva, eran los pequeños amos de todo aquello.
Pero no era la astucia de Joaquín lo que evitaba que lo cazasen, Jairo, camarero de piscina desde que alcanzaba a ver por encima de la barra, le tenía más que cazado, pero alzaba los hombros cada vez que el gerente venía a preguntar tras las airadas quejas del Señor D.Lace; pues aquel sí que era un auténtico cretino, pensaba Jairo, el tipo en cuestión se había granjeado el desprecio del staff, obligándolos a llamarle “Doctor” en cada interacción, pues D.Lace era un respetado cardiólogo, sin lugar a dudas merecía el título de Doctor, pero no en pleno mes de julio, ataviado con un bañador de amebas, mientras sorbía ruidosamente por la caña de su mojito; en aquellas circunstancias quizá debiera conformarse con “¿desea el Señor un nuevo repuesto?” Pero no,  claro que no, el cielo es el límite, “Doctor, llámenme Doctor” repetía más alto a cada vaso; de tal forma que Jairo tampoco se giraba si, cuando se alejaba con la bandeja, oía el pertinente “¡Seeñor Deláaas!” o si acaso para apreciar como arrugaba de rabia las solapas del periódico el citado Doctor.

Lo que nadie sospecha es a cuento de qué viene esta inquina de Joaquín y su séquito contra D.Lace, ni siquiera Jairo, que lleva la mitad de su vida en aquel chiringuito, podía imaginar que el origen de aquello se situaba hace 10 años, en el comedor central, una animada sobremesa después de la cena de inauguración de la temporada, el pequeño Joaquín correteaba entre las mesas con esa inusitada felicidad que sólo poseen los menores de 4 años, hasta que un apuesto hombre con bigote le frenó en seco “Oye niño, estáte quieto” dijo, y le propinó un azote, nadie en la sala levantó una sola ceja por aquello, eran los 80’s y los azotes se llevaban tanto como los bigotes (cada vez menos, pero a nadie le sorprendían); es más, la madre de la criatura cuando se acercó a hacerse cargo del conmocionado infante, le incitó a disculparse con su autoritario corrector:
-Joaquín! pídele perdón al señor...- 
-Sr D.Lace, encantado- dijo intercambiando una sonrisa con la progenitora
-Perdón, Sr Delace- musitó el pequeño mirándose a los zapatos
-Estás perdonado, Joaquín, pero no corras por aquí, que es peligroso- 
Vale- dijo el niño tratando de esconderse tras la pierna de su madre
Disculpe usted, es que está emocionado con las vacaciones-
-No, si lo entiendo; pero el año pasado uno se dio con una silla y se abrió la cabeza y fue muy desagradable, sobre todo para él, que no se pudo bañar en 15 días- concluyó sonriendo a la madre que ahora abrazaba con cierta fuerza a su retoño.
Aquel fue el comienzo de la amistad estacional entre los padres de Joaquín y el Señor D.Lace, que se prolongaría durante toda la década, disipándose al final, hasta quedar reducida a breves saludos cordiales al cruzarse por las instalaciones.


Una tarde mientras esperábamos a que concluyeran nuestras pertinentes 2 horas de digestión, mis amigos y yo jugábamos animadamente al UNO en el recinto olímpico (llamado así por las dimensiones reglamentarias de la piscina) entre jugadas vimos la tumbona que solía ocupar el doctor vacía, con el periódico extendido en el respaldo y quisimos emular a los mayores, nos miramos unos a otros y sin necesidad de cruzar palabra, cogimos aire y gritamos al unísono “Señor Delaaaaaaaas” y nos agazapamos en el césped riendo nerviosamente, sin poder imaginarnos que el doctor se encontraba en lo más alto del trampolín y nuestras agudas voces infantiles le sorprendieron más de lo que pudo disimular, provocando que se desconcentrase, perdiera el equilibro y cayera por un lateral. Dio un giro anárquico en el aire, y cayó a plomo contra el trampolín intermedio, abriéndose la cabeza como un coco con el borde de la tabla; el reventado cráneo rebotó hacia arriba, mientras el cuerpo descabezado se precipitó en el agua; al estruendoso golpe le siguió un grito de pánico unificado, mientras los veraneantes salían huyendo de la piscina como si alguien hubiese tirado una tostadora enchufada; el cuerpo del Doctor D.Lace se quedó solo flotando en el agua, como el cadáver de una estrella de rock ahogada en su piscina, esperando a que viniera un juez a autorizar su retirada. Hubo que drenar los 2 millones y medio de litros de agua y la olímpica quedó clausurada aquel verano.

Joaquín se sintió profundamente culpable de aquello, y desde entonces, cada verano, comienza su estancia arrugando con rabia las páginas de un tabloide alemán, para echarlas una a una a la hoguera de Sant Joan, las arrugadas páginas del diario Bild tardan lo mismo en consumirse que el insignificante tributo en consumarse para acabar por convertirse en una buena excusa para desahogarse. Completado el ritual, salta la hoguera y empieza a beber un mojito tras otro hasta que sólo puede pensar en cómo se va a quitar los trozos de hierbabuena que se le han enredado en su frondoso bigote. A veces incluso logra pensar en playa y verano, olor a mar y balones de Nivea durante un rato, pero siempre acaba las noches profundamente ebrio, rebozado en arena y sudor, abrazado a las patas de un taburete del chiringuito, susurrando “Doctor, llámenle Doctor”.


jueves, 22 de junio de 2017

Al hypotálamo en bussiness



Esperamos que hayan accedido a la sala en pleno ejercicio de sus facultades y por su propia voluntad, porque esto es un poco como esa sala de exposiciones que hay en el Matadero, la que siempre tiene cuatro mierdas mal iluminadas, y te recuerda que un día aquello albergaba muertes, presumiblemente violentas, y que si alguien cierra la puerta de repente, y estás tú solo ahí dentro, podría sin lugar a dudas, albergar la tuya. Me refiero a que esto es decepcionante, o no tanto, esto es un Blogger, abierto en junio de 2017, porque todo vuelve, aunque hay cosas que te ves capaz de asegurar "esto no" y luego va y sí,  porque quién nos iba a decir que volverían las pintas de poligonera del Radikal 2005, y ahí estaban, en la semana de la moda de Milán de este año, de la mano de Rihanna y su Fenti x Puma, Doutzen Kroes llevaba con una dignidad impensable el pantalón de chándall acampanado de corchetes con las plataformas de palmo, sólo le faltaba el sello de Fabrik en la muñeca. ¿Y los pantalones de corsé? eso es algo que no me veo capaz de situar en el espacio-tiempo, pero se llevaron, aunque quizás sólo se atrevieron las heavys, y se vuelven a llevar, bueno, en realidad los lleva Kendall Jenner y las 4 mamarrachas que tiene por amigas. En fin, que vuelva todo, o no, yo he vuelto a Blogger, 10 o 15 años después, ya ni recuerdo, aunque no pienso ni fingir que no llegué demasiado tarde a la era dorada de la blogosfera, cuando quise empezar ya andaban por Fotolog sir Prince Pelayo y todos los Emos del mundo. Siempre tarde, siempre a medias, siempre mal. Pero esta vez no, ahora seré como esos yonkis que recogen latas de cerveza del suelo de las raves nórdicas a la mañana siguiente para sacarse unas coronas reciclándolas, y comprar un paquete de latas de atún nice-price con las ganancias. Anyways, yo estoy aquí para vomitar por la frente, enjoy.


Bienvenidos sean